Claves de la empatía: ¿Por qué nos identificamos con el prójimo?


La capacidad de experimentar compasión, o de conmovernos hasta las lágrimas por la felicidad o el dolor ajenos, hunde sus raíces en los fundamentos del ser humano.

¿Qué es la empatía? Definida como el entendimiento de las necesidades y emociones ajenas, la empatía es la responsable de que seamos capaces de ponernos en el lugar del otro, de experimentar sentimientos compasivos, de conmovernos hasta las lágrimas por la felicidad o el dolor ajenos.

El simple acto de llorar en el cine es una manifestación de empatía. La psicología ya señaló hace muchos años que la emoción que sentimos ante un film o una obra de teatro reside, básicamente, en un acto de “identificación”, es decir, nos conmovemos cuando consciente o inconscientemente nos imaginamos en el lugar de los protagonistas.

¿Cómo funciona este mecanismo básico de nuestras emociones? La ciencia descubrió hace pocos años que se origina en un sistema neuronal que compartimos con algunos animales: las “neuronas espejo”. Y lo que es más importante: sienta las bases de la solidaridad y el altruismo, los principios fundamentales del tejido social sin el cual la vida humana es imposible.

Un mecanismo fundamental

En el año 1994, en un laboratorio de Neurociencia de Parma, Italia, un mono jugaba a coger comida de un plato y comérsela. Un monitor reflejaba la actividad cerebral que se producía en la zona promotora de su cerebro. De repente, un humano pasó delante comiendo un helado. Entonces, el monitor mostró que se encendían las mismas zonas cerebrales en el mono que cuando comía él mismo. El jefe de la investigación, Giácomo Rizzolatti, acababa de descubrir las “neuronas espejo”, que se activan no sólo con el movimiento propio, sino con el mismo acto en alguien ajeno.

Experimentos posteriores demostraron que los humanos disponemos de un sistema especular como el de los monos, sólo que más numeroso y complejo. Una de sus funciones es la de imitar acciones. Gracias a esta capacidad, lo aprendemos todo: desde las primeras palabras hasta jugar al fútbol o bailar ballet. Los mecanismos copiativos son una parte fundamental de nuestra constitución como personas.

Desde la óptica del mundo moderno ¿Podemos pensar que reside en este mecanismo el “contagio” emocional que nos produce compartir un concierto en vivo, un ritual religioso o un vibrante partido de fútbol en un estadio repleto de personas? Seguramente que sí, aunque los fenómenos de transferencia emocional pueden ser mucho más complejos y misteriosos.

Copiando emociones

“La mayoría de las veces, los actos del ser humano encierran un peligro o una oportunidad, son motivo de repudio o de atracción, de miedo o de estupor, de dolor o de placer”, asegura Rizzolatti en su libro “Las neuronas espejo”.

Entonces, cuando observamos los actos de otros, aprendemos a sentir emociones como rabia, dolor, admiración, compasión o esperanza, según el entorno cultural. Según el investigador italiano, esta información sensorial es utilizada después para poner en marcha las respuestas que nos parezcan más oportunas y fomentar la supervivencia.
Aquí se da la mano con Charles Darwin, quien explicó que ciertas emociones básicas (miedo, rabia, sorpresa, dolor) son respuestas aprendidas en el transcurso de la evolución y transferidas genéticamente. Pero otras emociones se aprenden por interacción con los demás.

Todas, sin embargo, son funcionales a la vida individual y colectiva.

Empatía, solidaridad, altruismo

Las neuronas espejo no sólo nos permiten aprender mediante mecanismos copiativos. También son la base biológica para entender lo que los demás sienten, sentando las bases de la empatía y sus sentimientos asociados: compasión, comprensión, tolerancia, etc. En esas raíces se hunden los principios de la solidaridad, la disposición para hacer nuestros los problemas ajenos y participar en su solución. Finalmente, de esa manera se inicia la constitución del tejido social, fundamental componente de nuestra supervivencia.

Todos estos fenómenos se emparentan con el altruismo, el misterioso impulso de dar sin esperar nada a cambio que es un misterio para la ciencia en el contexto del mundo moderno. Recientemente una investigación reportó que estos sentimientos se originan en una lógica tribal antiquísima y sabia: en tiempos prehistóricos, cuando el hombre vivía en clanes, darle desinteresadamente a un miembro a la tribu era natural. “Todo lo que se da, a la corta o a la larga, vuelve”, era la filosofía básica de esta práctica (que aún inspira a muchas culturas). Hallazgos arqueológicos demuestran la existencia de personas discapacitadas viviendo en entornos tribales la misma expectativa de vida que el resto. La explicación es que la colectividad se hacía cargo de su mantenimiento. Vista desde la modernidad, la práctica era como un seguro de vida que se pagaba no con dinero, sino con servicios.

En suma, cada uno de los sentimientos identificación con el otro ha hecho su parte en la carrera evolutiva de la especie en general, y en la supervivencia de los individuos en particular.

Recuerdos del mono sabio

La alienación de la vida moderna nos enseña a sentir desde una perspectiva puramente individual y egoísta. Creemos vanidosamente que nuestros logros, virtudes y riquezas son méritos exclusivamente personales. O, desde el extremo opuesto, nos deprimimos al sentimos responsables de nuestros fracasos, defectos y miserias. Arrojados a una despiadada competencia unos contra otros, hombres y mujeres se sienten habitualmente solitarios y desesperados, independientemente del éxito o el fracaso.

Sin embargo, la sabiduría de distintas religiones y tradiciones milenarias, la biología clásica o la más avanzada neurociencia, nos demuestran lo contrario. Estamos íntimamente determinados por nuestros antepasados, el entorno social y ambiental. Somos fideos en una sopa común. Sentirnos parte de las alegrías y sufrimientos ajenos reside en nuestra naturaleza primigenia.

Por eso desde nuestro interior más íntimo y contra la lógica narcisista del “sólo me ocupo de mí mismo”, aparecen los sentimientos de conexión con el prójimo. El impulso de ayudar, la identificación con el dolor ajeno, esas misteriosas ganas de dar sin esperar nada a cambio.

Son emociones que provienen de la lógica de la tribu, del código de conducta básico que llevamos incrustado en los genes desde hace miles de años. No las ahuyentemos: más bien, sigamos sus señales, que para mal o para bien, nos han acompañado sabiamente desde el origen de la aventura humana.


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