Enojo, la más seductora de las emociones negativas
El enojo nos da argumentos convincentes para descargarnos sobre otro. Pero nos tensionamos más aún y nos exponemos a situaciones de riesgo. La solución: transformar el enojo que destruye en enojo que resuelve.
Por Patricia Gubbay de Hanono y Lorena Dibenedetto
Hémera – Centro de estudios del estrés y la ansiedad
Continuamente vemos, escuchamos, ejercemos y padecemos actos de violencia en sus distintas formas: física, verbal, emocional y psicológica. Estos actos nos atraviesan a todos, adultos y también a niños, quienes se insertan hoy en una sociedad emocionalmente analfabeta. Es decir, una sociedad en la cual parece no haber ni tiempo ni espacio para detenerse y tomar conciencia y registro de las emociones que sentimos, primer paso necesario para luego aprender a regularlas, controlarlas y expresarlas de la manera más saludable.
¿Qué pasa entonces?
Frente a sencillas dificultades cotidianas las personas no logran manejar estas situaciones y las viven como grandes decepciones y frustraciones. Esto les genera un gran enojo que se manifiesta y exterioriza en actitudes y comportamientos violentos. No saben gobernar sus sentimientos ni canalizarlos de una manera sana para sí mismos y para los otros.
Algunas de estas situaciones cotidianas que nos frustran son, por ejemplo, los embotellamientos de tránsito, que alguien no haya cumplido algo que nos prometió, que algo que esperábamos no haya ocurrido, que alguien se burle de nosotros o nos critique, etc. La manera en que solemos reaccionar a estas frustraciones se ejemplifica en las escenas de dos personas insultándose en el tren o en el subte, un niño viajando en el auto con su padre quién grita e insulta a otro conductor, un padre que le dice a su hijo que cuando un compañero lo carga o le pega se la devuelva, un maestro que grita desbordado en un intento de contener a un grupo de alumnos, etc.
El enojo es la más seductora de las emociones negativas porque la persona que lo siente se da a sí misma argumentos convincentes que justifican su comportamiento de descarga sobre otro.
Ahora bien, ¿hay realmente una descarga?
En realidad tiene lugar el siguiente recorrido:
Sentimos frustración → nos enojamos → actuamos impulsivamente sin mediación del pensamiento ni conciencia de nuestros sentimientos → creemos que nos descargamos → pero nos tensionamos más aún y nos sumamos un problema → nos exponemos así a situaciones de riesgo para nosotros y para las otras personas involucradas.
Cuando se carece de las habilidades necesarias para buscar soluciones a los problemas, para resolverlos se tiende a regresar a modos muy primitivos y agresivos. Necesitamos por lo tanto incorporar y desarrollar los propios recursos internos para manejar las emociones negativas en situaciones de tensión y ser capaces de aprender a controlar los impulsos que generan violencia. Así aprenderemos a transformar el enojo que destruye en enojo que resuelve.
¿Cómo afecta esto a los niños?
Más allá de las predisposiciones del niño para un comportamiento violento, necesita un detonante para expresarlo: el medio ambiente.
El comportamiento violento de los niños suele tener su origen en la violencia que los adultos ejercen hacia ellos ofreciendo así un modelo de desconexión y falta de control de las emociones y de los impulsos, de inundación de estímulos que los desbordan.
Los niños aprenden y aprehenden un lenguaje verbal y no verbal teñido de violencia, lo vivencian en sus casas, en sus familias, en sus maestros, en sus amigos, en la calle. Esto luego se manifiesta en la violencia ejercida entre los alumnos mismos, hacia los maestros y en el acoso escolar (bullying); estos hechos interfieren en el proceso educativo y pueden conducir al fracaso escolar.
¿Cuáles son las consecuencias?
La incapacidad de reconocer y regular la vida emocional en el caso de niños y adolescentes puede conducir en el corto o en el largo plazo a distintos problemas tales como depresión, trastornos de la alimentación, trastornos de ansiedad, baja autoestima, agresividad, fracaso escolar y adicciones.
Padres, maestros, escuelas tenemos la responsabilidad de formar niños emocionalmente inteligentes que puedan interactuar con el mundo teniendo en cuenta sus emociones y las de los demás, mejor preparados para relacionarse con los otros y para enfrentar los conflictos que se les presenten a lo largo de la vida.
¿Cómo hacerlo?
Primero dando el ejemplo, ya que la primera forma de aprendizaje es a través de la imitación de los educadores (padres y maestros); y a través de la inclusión de la educación emocional en el desarrollo escolar y social de los niños. Se correrá así el foco del desarrollo intelectual hacia uno donde se integren complementariamente lo emocional y lo racional.
Educar las emociones es enseñarles a darse cuenta de lo que sienten, a que puedan compartirlo y expresarlo; a tener confianza en sí mismos, a manejar de manera positiva las emociones, a controlar los impulsos y a saber desenvolverse en situaciones conflictivas. También es aprender a comprender los sentimientos ajenos, a ponerse en el lugar del otro y a registrar que las cosas que decimos y hacemos tienen efectos en los demás. Su función es favorecer a una mejor calidad de vida en lo personal, social, familiar y profesional.