EcoMedicina versus la institución médica


El “plan” es casi perfecto: ellos generan las tecnologías, los fármacos, los aparatos, ellos dirigen  las investigaciones, controlan los conceptos y definiciones de salud y enfermedad en las facultades, gradúan médicos y luego los emplean a través de los servicios de salud privado y de los hospitales.

Por Enrique Vargas-Madrazo y Aldo Segura
Colectivo EcoSagrado.
Instituto de Investigaciones Biológicas
Universidad Veracruzana

Dedicado con todo afecto a Toño Gómez
El estado de las cosas

¡Cuantos adelantos médicos y tecnológicos nos llegan cada jornada a través de los medios de información! Nuestra propensión actual a aceptar sin una reflexión profunda y personal todo aquello que se nos presenta con carácter de “científico”, nos lleva a creer que cada día será más fácil vivir y que las expectativas de vida se prolongarán hasta más allá de los 100 años.

Sin embargo diversas experiencias, sobre todo las que vivimos en nuestro cuerpo, en nuestra familia y en las comunidades nos señalan que en varios niveles las cosas no están bien (Fulder 1993, Albertos 1996). Para evaluar esto no es indispensable acudir a pomposos estudios que nos demuestren el boyante florecimiento o el fastuoso desastre de la medicina moderna, pues como en todas las demás esferas del conocimiento las conclusiones dependen de la filiación del investigador (Morin 1990, Lazslo 1990, Latour 1995).

Basta observar, escuchar y reflexionar atentamente a lo que percibimos y comentamos con nuestros familiares, amigos y conciudadanos. 

Observamos por ejemplo, que cuando estamos en una sala de espera para visitar a algún médico alópata casi siempre hay algún personaje que con su maletín imitación piel espera pacientemente para “colarse” entre un paciente y otro para promocionarle al médico sus productos. Hablando con un alto funcionario del servicio médico de la Universidad Veracruzana he comprobado y me entero que estos “agentes” no sólo “publicitan” sus productos, sino que ofrecen computadoras, viajes a Acapulco o dinero a los médicos si estos cumplen con una meta de cierto número de cajas de medicamento. Esta práctica es generalizada y viven de ella miles de personas tan sólo en México (Appleton 1999, Haley 2001, Carter 1992, Lanctot 1995). ¡Nos da escalofrío saber lo que sucede!

Por otra parte tenemos informes de que en Estados Unidos las grandes corporaciones farmacéuticas (10 de las cuales controlan más del 60% de todo el mercado mundial) han estado comprando hospitales, facultades de medicina, institutos de investigación y hasta sistemas financieros de seguro de salud privada. Esto sin contar las mega-fusiones entre estas corporaciones, así como la adquisición por parte de la industria farmacéutica de la industria biotecnológica, energética, química, informática, de semillas y alimentos) (ETC-Group 2000).

El “plan” es casi perfecto, ellos generan las tecnologías, los fármacos, los aparatos, ellos dirigen  las investigaciones, controlan los conceptos y definiciones de salud y enfermedad en las facultades, gradúan médicos y luego los emplean a través de los servicios de salud privado y de los hospitales. Este esquema está siendo promovido por Estados Unidos a través de los organismos financieros y comerciales internacionales (Banco Mundial, FMI, OMC, etc.) para que sea establecido en todo el mundo  (Scarpaci 1989). En México el proceso está en marcha, lo sabemos… pues el IMSS y el ISSSTE están en bancarrota y el proceso de privatización del sistema de salud ha estado en marcha desde hace por lo menos 15 años  (Laurell 1991).

Finalmente pasemos a algún ejemplo en lo que se refiere a la práctica médica. Como pacientes nos damos cuenta que el neurólogo no sabe casi nada (tanto como el paciente) de nutrición, o que el dermatólogo  sólo mira un segmento de nuestra piel, sin importarle que comemos o como nos sentimos  emocionalmente. Todos cobran sus jugosos honorarios y se preocupan por el siguiente paciente. Afortunadamente hay algunos casos notables que aún nos hacen seguir teniendo esperanza en la medicina ortodoxa sobre todo para los casos de desequilibrios violentos, extremos y traumáticos tales como accidentes o desastres naturales…

¿Alternativas?

Por otra parte cuando nos sentimos alarmados por  un padecimiento grave o crónico y nos damos cuenta de que hemos dado ya la vuelta a los “mejores” especialistas alopáticos volteamos la atención hacia las medicinas “alternativas”.

Desafortunadamente el escenario allí no es considerablemente mejor pues la improvisación, el uso de técnicas alternativas bajo un filosofía médica cuasi-ortodoxa, la falta de compromiso integral, etc. son el pan nuestro de cada día, aunque encontramos también casos de sanadores comprometidos y que tienen una visión integral y organísmica de la salud.

Esto es profundamente paradójico, ya que las terapias alternativas, pero sobre todo los sistemas médicos tradicionales-integrativos (Medicina Tradicional China, Medicina Tibetana, Medicina Antroposófica, Medicina Ayurvédica India, Medicina Tradiconal Maya o Nahuatl, Homeopatía, Naturopatía, etc.) parten de una concepción radicalmente opuesta a la visión mecanicista, intervencionista y racionalista de la medicina moderna ortodoxa (Lafaille y Fulder 1993, Grossinger 1995, Featherstone y Forsyth 1997).

Cada día proliferan decenas de “terapias alternativas”, que sin un contexto coherente y sólido son incapaces de ofrecer herramientas holistas, integrativas y humanas para encontrar  salidas viables y sostenibles a nuestras patologías.

Un elevado porcentaje de los terapeutas alternativos al igual que sus colegas alópatas, están desmesuradamente ocupados en atender muchos pacientes, otorgando terapias remediales sin realizar una profunda actividad integrativa del paciente, su entorno y la patología (ver más adelante). Otros terapeutas alternativos sólo se acuerdan de nosotros cuando volvemos a ir a visitarlos y suele ocurrir que no tienen la honestidad o el conocimiento para hacernos notar que la sanación o curación no es algo que ellos nos vayan a otorgar, sino por el contrario es un proceso que nos concierne fundamentalmente a nosotros y donde ellos sólo pueden acompañarnos. Es decir la visión médico-paciente unidireccional sigue operando en la mayoría de los casos para ambos tipos de prácticas, la ortodoxa y la alternativa.

Por lo tanto si no nos curamos seguimos culpando al médico del fracaso y por lo tanto reforzando el esquema jerárquico y dependiente de la medicina hacia el “enfermo” en que nos hemos formado.

Así nos seguimos moviendo en un ámbito que, si bien intenta encontrar espacios alternativos, carece de una dinámica verdaderamente alternativa e integrativa donde podamos re-significar el proceso salud-enfermedad más allá de lógica de la modernidad y la racionalidad mecanicista. Adicionalmente a todo este escenario se agrega el componente universal de control social que nos acosa en casi cada esfera de nuestro ser social: el dinero. Es decir el área de la atención médica está mediada también y de una forma cada vez más estrecha por el intercambio monetario y lo intereses industriales  y financieros, ámbito en el cual los procesos sociales se vacían de su contenido local, comunitario y humano (Vargas-Madrazo y Segura 2003b, Illich 1978).

El control social: la institución médica

Pero ¿para qué acudimos al médico? ¿cuál es la lógica sobre la que identificamos nuestro estar enfermo?

Ivan Illich, siempre lúcido, se ha hecho estas preguntas en términos de las sociedades modernas que han perdido su convivencialidad y por lo tanto su viabilidad planetaria (Illich 1978, 1985).  Illich nos responde que la función social de la institución médica es construir su relación con las personas, con el “vulgo” sobre la base de que los médicos deben asumir el derecho exclusivo a determinar qué constituye  la enfermedad y cuáles deben ser los procedimientos para su cura.

Así mismo este esquema se encuentra fundamentado en la ignorancia generalizada (promovida por la propia modernidad) en torno al sentido y significado de la muerte. De esta forma los médicos se convierten en los depositarios sociales del sacerdocio de la enfermedad y la muerte. Esto ha llevado a la expropiación del proceso salud-enfermedad de las personas por parte de la institución médica.

Por lo que “el compromiso social de proveer a todos los ciudadanos de las producciones casi ilimitadas del sistema médico amenaza con destruir las condiciones ambientales y culturales necesarias para que la gente viva una vida autónoma saludable” (Illich 1978).

Resulta sumamente inquietante darse cuenta que como resultado de este intervensionismo exacerbado de la institución médica en el proceso salud-enfermedad los humanos (y de paso los animales domesticados) nos hemos convertido en organismos patológicamente desquilibrados respecto al proceso salud-enfermedad. Baste saber que por ejemplo en 1920 se presentaban en promedio 0.82 episodios de enfermedad disabilitante, mientras que en 1988, el promedio fue de 2.12  (Barsky 1988). Es decir, la propia intensidad de una “sobre-dedicación” ingenieril hacia nuestros cuerpos (tal como si fueran máquinas) ha contribuido a generar enormes desajustes en todos los niveles que co-determinan el estado de salud de las personas.

Si ligamos este estado de cosas “médicas” de una enorme “insanidad” personal-social  con el componente monetario de alineación económica, tenemos que se construye una gran red social de control que contribuye a mantener a las personas atadas a una enorme inseguridad (Vargas-Madrazo 2002) ya que los servicios médicos son enormemente costosos y elitistas. Pero más aún, la posibilidad de contender  respecto al proceso salud-enfermedad  ha sido negada a existir y construirse desde la comunidad, llevándose a la esfera exclusiva de los grandes laboratorios y compañías farmacéuticas.

El médico moderno no es más que un engranaje que se encarga de interpretar (en el mejor de los casos) el conjunto de reglas terapéuticas generadas desde los grandes centros de “saber” médico. El esquema del médico o curandero comunitario y familiar ha desaparecido casi de la escena médica, y con él se están degradando enormes bagajes de conocimiento local de gran pertinencia para la salud de los pueblos (Clarkson, Morrissette y Régallet 1992).

 ¿Existe un saber propio y profundo sobre la naturaleza de la salud?

Como hemos visto antes (Vargas-Madrazo y Segura 2003b), una de las esferas de profunda construcción de nuestro yo-en-la-modernidad reside en la noción de que somos seres aislados del mundo y que nuestra individualidad termina estrictamente con los límites de nuestra piel.

Esta percepción aislada de nosotros mismos está a su vez íntimamente ligada a una visión mecanicista del universo y de nosotros mismos. La visión dualista decartiana del universo concibe a éste como una máquina perfecta, donde su engranes y operaciones obedecen leyes estrictas, predecibles y analizables (Berman 1993, Morin 1990).

Desde la perspectiva de la biomedicina moderna esto significa que nuestro organismo puede ser conceptualizado y descrito como una complicada congregación de miles de millones de moléculas y células que funcionan bajo cierta lógica o programa predeterminado. Basándose en este dogma la medicina ortodoxa intenta en cada patología identificar el agente molecular o celular responsable del desequilibrio, por lo que una vez identificado el agente etiológico o causante puede ser contrarrestado utilizando elementos mecánicos (moléculas, radiaciones, objetos, etc.) que permitirán “eliminar” la fuente del traspié. Este modelo nunca ha resultado ser operativo y exitoso tanto para la medicina como para el conocimiento en general (Morin 1990, Berman 1993).

Pero su incapacidad resulta aún más dramática en nuestra época pos-moderna y globalizada, donde la complejidad de las interacciones y desequilibrios que operan sobre nuestro organismo ha alcanzado dimensiones nunca antes soñadas (Reijnders 1993). El sistema que es nuestro organismo (Bellevite 2002) se revela ostensiblemente a ser descrito e intervenido tal como si fuera un rompecabezas desarmable y desconectado, por lo que nuestro edificio de salud hace agua por todas parte, dígase depresión crónica, SIDA, neumonía atípica, Ébola, asma e hipersensibilidad inmunológica, etc. Sería por lo tanto ya no tan cuestionable plantear en este punto que la iatrogénsis (enfermedades causadas por la propia intervención médica) es acaso el principal padecimiento de salud publica y planetaria  que padecemos en la modernidad (Illich 1978).

Acorde con el modelo mecánico del universo nuestro organismo es una complicada red de bloques constructores y reglas de engranaje y funcionamiento, por lo que esta estructura sólo puede ser estudiada y entendida por los especialistas y sus complicados procesos. Consecuentemente el paciente, que es un lego total de la medicina, está alienado tanto de cualquier posible acción, como de poder definir y entender lo que significa la enfermedad (Illich 1978, Fulder 1996).

Consecuentemente se extiende socialmente cada día más una especie de analfabetismo médico que se convierte en tierra fértil para la intervención de las instituciones del poder, y que insiste en imponer una visión dualista de “bien vs. mal” del proceso salud-enfermedad (Capra 1996, Dossey 1999). Así en la actualidad se entiende globalmente que la enfermedad es un estado de “no-salud”, un estado de “desgracia” funcional (y por lo tanto personal y social) que debe ser combatido con el objetivo de regresar a la “normalidad” (Barcot 1993, Bellavite 2002, Dethlefsen y Dahlke 1993).

Ante toda esta visión racionalista del organismo, en los últimos 40 años se ha estado gestando una profunda y silenciosa revolución médica en donde perspectivas alternativas a la biomedicina ortodoxa están estableciendo contacto íntimo y finalmente se está gestando una síntesis integradora con los ancestrales sistemas tradicionales de medicina (Fudler 1996).

Veamos cuales son las perspectivas que se derivan de los sistemas tradicionales médicos Fulder 1996):

1.     La auto-sanación como elemento fundamental.

2.     Trabajar con, y no contra los síntomas. Los síntomas son la guía en el viaje hacia las sanación.

3.     Individualidad de la patología. No existen enfermedades universales, sino condiciones estrictamente individuales que son producto de una historia de vida, una ambiente de vida, una co-determinación comunitaria, una bagaje genético, etc.

4.     Integración de las facetas humanas. Dado que para los sistemas tradicionales (a diferencia de la medicina ortodoxa) no hay de principio, una separación  cuerpo/mente en la construcción del organismo, la medicina tradicional no requiere de “re-unir” explícita y artificialmente los distintos niveles humanos. De lo anterior entendemos por qué en los sistemas tradicionales la dimensión físico-mental-espiritual del humanos es considerada sintéticamente en cada acción.

5.     Inicio y final del tratamiento definido contextualmente. Considerando la primicia que el paciente tiene en su propio proceso de enfermedad, el carácter integral del proceso salud-enfermedad y la integración de las facetas humanas, es natural comprender que los límites temporales del tratamiento adquieren una dimensión radicalmente diferente. Entendemos así el sentido de “la enfermedad como camino” (Dethlefsen y Dahlke 1993) como una cosmovisión de los sistemas tradicionales. Es decir, la atención se enfoca en la interpretación del significado que los síntomas están informando al paciente y al médico acerca de condiciones salud-enfermedad que trascienden el simple episodio de la enfermedad presente.

6.     El sistema terapéutico se estructura conforme a Principios Universales. Es decir, la cosmogonía étnica y universal (el sistema yin-yang/Ch’i en China, la energía Prana en la India, etc.) juega un papel central en las acciones y enfoques de la medicina tradicional.

Así podemos darnos cuenta que los sistemas médicos tradicionales han emprendido históricamente el proceso salud-enfermedad considerando en su actuar, dimensiones y niveles que enfrentan la mayoría de las problemáticas que el enfoque biomédico ortodoxo rehuye sistemáticamente.

¿Cuál es el significado profundo y tradicional del proceso Salud-Enfermedad?
Segunda Parte: EcoMedicina (II) :: La auto-sanación como elemento fundamental

 Referencias bibliográficas

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