Sobrevivientes: Cuerpos que escaparon a la muerte
La vida es una gracia misteriosa que jamás entenderemos por qué se enciende y por qué se apaga. Cuatro historias para valorar la llama que conservamos.
Todos los incurables tienen cura / cinco segundos antes de la muerte”. Almafuerte
Por Claudio Fabian Guevara
Siempre impresiona ver cuerpos mutilados, cuerpos de sobrevivientes de la violencia o la desgracia. Nos interpelan, nos recuerdan la corta distancia entre la vida y la muerte.
► El hombre de la calle que conduce a Villa Ruiz
Una vez recogí a un hombre que hacía dedo en la calle principal de Gowland. Tenía aspecto de hombre de campo, y calzaba un sombrero encasquetado hasta las orejas. Me habló durante 20 minutos de su vida, como hablan esos desconocidos que presumen no volver a encontrarse jamás.
Narró, sobre todo, el episodio trágico de su juventud: siendo puestero de una estancia, una vez lo asaltaron dos forajidos que le dispararon en la cabeza antes de huir. Me dijo que se salvó de milagro, porque la bala le impactó en el costado izquierdo de la frente, pero le salió por el costado derecho. Estuvo grave, gravísimo. Pero se salvó.
La historia no era digna de crédito, y pensé que el hombre estaba un poco alcoholizado. Pero cuando se bajó del auto, en una calle que conduce a Villa Ruiz, se sacó el sombrero para saludarme: su frente exhibió un impresionante martillo, una protuberancia gigante con las cicatrices añejas de dos agujeros de bala, uno a cada lado. Se despidió y desapareció como un fantasma.
► Todo por un caballo suelto
Años después un hombre se presentó en la redacción de El Nuevo Cronista. Quería informar de su juicio contra la concesionaria de ruta 5, Nuevas Rutas, por el accidente que meses atrás había tenido al arrollar un caballo.
Era un empresario de Capital que tenía una quinta en Olivera donde pasaba los fines de semana. Viajando de noche, el animal se cruzó y el impacto fue inevitable. Lo acompañaba su socia, una mujer de menos de 40 años, que se llevó la peor parte. “Estamos enjuiciando a la concesionaria, porque este accidente le arruinó la vida a esta mujer”, me dijo el hombre, y me contó detalles de las lesiones de su compañera y de sus interminables sufrimientos. De repente me dijo: “Mi socia está en la planta baja. ¿Quiere verla?” La fue a buscar. El ascenso de la mujer por la escalera duró una eternidad. Cuando la tuve frente a mí, no supe qué decir. Se movía con dificultad y tenía el rostro deformado. De repente, se levantó su camiseta y me mostró el abdomen: estaba cruzado de horrendas cicatrices.
Me quedé sin respiración mientras su socio recitaba: “27 operaciones. Oye y ve poco, tiene problemas motrices y casi no habla. Todo por un caballo suelto”.
►La historia de Mary
Un episodio similar lo viví en Madrid. Yo frecuentaba un bar de la avenida Buenos Aires, donde un personaje habitual era Mary, un rubia veterana de variadas batallas, muy deteriorada por el alcohol y la mala vida. Todo el barrio sabía su historia, pero una vez me la contó personalmente.
“Yo vivía con mi marido, un gitano violento, adicto a la heroína, que me daba palizas todo el tiempo”, me dijo. “Yo me vengaba con un amante: Julián, camarero del bar Calero. Pero una tarde mi marido se enteró, y salió a buscarnos. Estábamos juntos en el bar, y primero lo atacó a Julián con un cuchillo de carnicero. Yo salí corriendo por la avenida, pero a los 50 metros me alcanzó. Me acuchilló en el estómago hasta que llegó la policía”. Julián murió casi instantáneamente. Mary se salvó, por algún motivo que ningún médico entendió. Ella me cuenta, me ve cara de no creerle, y se levanta la blusa. Su abdomen muestra el garabato bestial de un cuchillo furioso, surcos profundos que nunca se borrarán. “¿Me crees, ahora?”, me dice, riendo sin dientes, con un buen humor incomprensible.
► ¿Quién puede saber por qué se vuelve así de la muerte?
El último caso fue en el Hospital Dubarry. Fui a visitar a un pariente al tercer piso, y al terminar la visita, alguien me llevó a una habitación solitaria donde estaba internado un amigo: el Negro Giménez. Hacía tanto que se había accidentado que ya me había olvidado que estaba convaleciente.
Estaba flaquísimo, hablaba con un hilo de voz y tenía un profundo pozo en el cráneo. Pero estaba vivo, y recuperándose. Pasó más de 40 días en coma luego de chocar con su moto en un camino rural. El Negro, en aquellos días, buscó deliberadamente la muerte, mucho más que de costumbre. Y casi la encontró. Pero por algún motivo misterioso, luego de 40 días en coma, despertó. Y desde una fragilidad casi absoluta, amenazado por múltiples enfermedades, empezó a recuperarse. ¿Quién puede saber por qué se vuelve así de la muerte?
Siempre impresiona ver cuerpos mutilados, cuerpos de sobrevivientes de la violencia o la desgracia. Nos interpelan, nos recuerdan la corta distancia entre la vida y la muerte. También nos estimulan, nos llenan de esperanza y de preguntas.
La vida, ésa que damos por descontada cada día, es una gracia misteriosa que jamás entenderemos por qué se enciende y por qué se apaga. Y por qué a veces, contra todos los planes del universo, insiste en mantenerse tenazmente encendida.