Interferencias en la mente
Cómo nace esta investigación. La percepción de interferencias en la mente y los síntomas de una perturbación misteriosa. Un testimonio en primera persona.
Una serie de experiencias personales focalizaron mi interés en este campo.
En julio del año 2005, luego de un lustro de residencia en Europa, me mudé con mi hija Paloma de regreso a mi ciudad natal: Mercedes, provincia de Buenos Aires, Argentina. Nos instalamos en un departamento de mi familia, ubicado al lado de la empresa familiar: FM Mercedes – El Nuevo Cronista, un grupo de medios comunitarios que se desarrolló a partir de la fundación, hace 25 años, de la primera radio de frecuencia modulada de la ciudad.
A las pocas semanas me sentí víctima lo que yo identifiqué como un estado depresivo. Mi ánimo se enrareció, mis energías decayeron, me volví sumamente irritable y mi mente fue ganada por la confusión. Fue progresivo hasta que un día caí en cama. Un médico lo diagnosticó como depresión y me prescribió antidepresivos.
Interpreté que todo se debía a la suma de problemas inesperados que hallé en mi familia y mi país. Volver al pueblo natal después de larga ausencia nunca es lo que uno espera.
Luché con el malestar hasta que ocho meses después, decidí volver a Inglaterra por una estancia de tres meses. Allí noté un notorio mejoramiento de mi estado de ánimo. Sin necesidad de tomar antidepresivos, podía descansar, sentirme estimulado por la vida y llevar adelante numerosas actividades.
Volví a Mercedes y enseguida sentí la aparición de este desorden anímico-energético que parecía atacar mi voluntad: baja energía, nula capacidad de concentración y otros indicadores de malestar.
Comencé entonces una vida pendular entre mi pueblo y el extranjero, donde pasaba la mayor parte del año. Cada retorno a Mercedes era un intento fallido de quedarme. Las cosas en mi país y en mi familia andaban cada vez mejor, pero había algo en el ambiente de mi pueblo que me abatía, que me expulsaba.
“Es la mala onda de este pueblo”, opinaban algunos amigos, “esta ciudad está en un pozo de energía negra”.
“Parece cosa de brujería”, decía mi madre.
Durante años debatí con terapeutas y amigos los posibles orígenes de este fuerte contraste en mi salud, que sobrevenía nada más sumergirme en el ambiente de mi casa natal en Mercedes. Fue considerando la posible influencia de problemas familiares que me perturbaran, el caos especial que se vive en mi país, el malhumor y la hostilidad que parecen caracterizar a muchas relaciones, etc. Todas eran atendibles, pero ninguna parecía explicar por sí sola un declive tan marcado y abrupto de energía, con síntomas físicos en mi cuerpo. Además, mi vida en el exterior no estaba exenta de problemas: en todo caso, cambiaba unos problemas por otros.
La última estancia en Mercedes fue durante julio y agosto de 2010. Fui de vacaciones por dos meses, y duré solamente 7 días con un buen nivel de energía.
Comencé a hacer un registro de los síntomas. Me llamó mucho la atención una sensación de parálisis en la zona del plexo solar, por las mañanas. Y sobre todo, la sensación de tener interferencias en la mente, como ciertas dificultades para concentrarme o escuchar a otras personas.
Un día tuve un rapto de intuición, o tal vez una sensación en el cuerpo: “Hay como una frecuencia aquí, como una radiación que me enferma”. Salí al patio, y miré hacia el cielo. Sobre el techo de nuestra casa familiar se yergue, desde hace 25 años, la antena de FM Mercedes. A menos de diez metros, sobre la calle de enfrente, hay una subestación transformadora de energía eléctrica. Todo el edificio donde vivo, además, está irradiado por dos redes de internet inalámbrica. Más las redes de los vecinos. Más otras veinte torres de otras tantas emisoras de FM de una ciudad. Además de dos mástiles de móviles en el centro de la ciudad.
Toda la ciudad es una densa red de campos electromagnéticos, la mayoría de los cuales han proliferado en los últimos 20 años. Eso me llevó a preguntarme si no era esa concentración de campos, frecuencias y ondas radioeléctricas lo que estaba afectando mi salud.
Sin embargo, si así era, ¿por qué no habrían de afectarme las antenas en otros países?
Retorno al exilio
Con todas estas cosas en mente, en agosto de 2010 me marché nuevamente a mi siguiente exilio elegido: Xalapa, donde comencé a cursar una Maestría en Estudios Transdisciplinarios en la Universidad Veracruzana.
Luego de un estudio de 10 meses, por sucesivas aproximaciones, definí que éste será mi campo de investigación: la influencia de ondas y campos magnéticos en la salud. Y que desarrollaré la indagación en mi comunidad, Mercedes, adonde me preparo para volver otra temporada al momento de escribir estas líneas.
En esta presentación, esbozo los objetivos y métodos generales que se plantea esta iniciativa.
Un aspecto digno de mención es que, al volver a instalarme en Mercedes, he decidido exponerme nuevamente a la posible reaparición de los síntomas, es decir, que seré una especie de conejillo de indias de la experiencia, al menos en una primera etapa.
Soy consciente, sin embargo, que mis estados de ánimo no significarán el establecimiento lineal de ninguna relación causa-efecto. Que me deprima en mi pueblo puede obedecer a muchos más factores que la polución electromagnética.[1] Somos seres tan complejos, que sería una ingenuidad pretender que nuestras emociones están determinadas por un solo factor. Mi experiencia tendrá solo el valor de ser un testimonio entre otros.
O sea que volveré, en pocas semanas, a enfrentar a este viejo fantasma, a esa fuerza misteriosa que me repele.
Confieso que voy provisto con un pequeño arsenal de cristales, orgonitas, antidepresivos naturales y otras estrategias contra el bajón. A ver si esta vez lo consigo. A ver si logro desembrujarme, romper el hechizo.
Porque tengo mis temores. ¿Y si me deprimo otra vez, y ya no puedo continuar con esta iniciativa?
Mejor les cuento, antes de emprender el viaje de retorno, lo que averigüé en estos meses de estudio sobre el problema “técnico”.
[1] Incluso podría suceder que yo estuviera fabricando todo este discurso mental para mí mismo, con el fin de ocultar el verdadero origen de mi depresión al volver a Mercedes, que tal vez es evidente pero inconscientemente me niego a reconocerlo.