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Wachuma: El cactus de la carne caliente

wachuma

También conocido por el nombre de San Pedro, tiene un uso sagrado y medicinal: “Nos lleva a conectarnos directamente con lo Divino y después nos cura y nos abre la conciencia para el autoaprendizaje”.

La wachuma es la tercera planta maestra del viaje. Originaria del Perú, esta planta medicinal ya se usaba en 3,000 A.C. en Chavín de Huantar, el primer centro de iniciación espiritual de América del Sur.

Con la llegada de los Incas se incrementa su uso. Sin embargo, cuando los españoles conquistan América, esta planta fue casi destruida.

La Wachuma tiene un uso sagrado y medicinal: “Nos lleva a conectarnos directamente con lo Divino (Dios) y después nos cura y nos abre la conciencia para el autoaprendizaje”, dice Agustín Guzmán de la Comunidad Tawantinsuy. También se conoce a este cactus con el nombre de San Pedro.

Comparado con el consumo de ayahuasca o de peyote, el número de personas que participan hoy en rituales de San Pedro es mucho mayor. Por esto es curioso que la literatura sobre el uso de este cactus sea tan limitada en comparación con la del uso de ayahuasca.

El cactus de la carne caliente

Asistí a una ceremonia de Wachuma en un centro holístico de Buenos Aires. La lideró Juan, un chamán argentino carismático, de verbo potente, que habló durante horas de la planta, su significado y su historia, y también de su búsqueda en el desierto y su proceso de “faenado”.
Juan explicó cómo solamente se debe cortar la planta que desea entregarse a la ceremonia. La prueba es mágica: se abraza al cactus con un movimiento de brazos deslizante de arriba hacia abajo y si las espinas permanecen rígidas, protegiendo la planta, se trata de un ejemplar que no está listo o no desea ser sacrificado. Entonces se pasa a la siguiente planta. Sólo se debe cortar aquel ejemplar cuyas espinas, ante el abrazo, se inclinen.

El chamán contó la impresión que causa para un principiante poner la palma de la mano sobre el cuerpo del cactus cortado al medio: la pulpa está caliente y palpita, como el cuerpo de un animal.

Juan trabajó con su mujer –Oriana- y sus colaboradores –Mayra, una joven angelical de 22 años, y Félix, un muchacho de mediana edad. En estos preliminares se cebaba mate, mientras terminaban de llegar los participantes.

Hacia medianoche sumábamos 10 personas, más el chamán y su equipo. La toma de Wachuma de aquella noche giró en torno a los antepasados.  Juan nos explicó que cada uno de nosotros, desde el punto de vista de la descendencia, es un caso exitoso de una cadena. Una cadena que no se ha roto desde nuestros antepasados más remotos hasta hoy, y que marcan una línea perfecta de descendencia, ininterrumpida.

Montamos campamentos individuales al igual que en la toma de ayahuasca: una bolsa de dormir, una almohada, botellas de agua y mantas. Los chamanes se dispusieron en frente del grupo, rodeados de una constelación de botellas, instrumentos musicales y misteriosos enseres. Por turnos, cada uno fue anunciando en voz alta su nombre y su árbol genealógico familiar. “Soy Claudio”, me tocó decir, “hijo de Jorge y Alcira, y nieto de Juan, Elvira, Elisa y Horacio…”.

Luego vino la toma, que me resultó revulsiva: era un largo vaso de un té vibrante y viscoso que se me antojó la sangre de un animal bravío. Lo terminé a duras penas y me fui a sentar.

Un ambiente irreal

Me tocó estar al lado de Banfi, un artista que conocí esa noche y que me había contado una historia muy divertida en el vestíbulo. Era su segunda toma: la primera no le había hecho el menor efecto. Al otro lado estaba una morenita vestida de amarillo, divina, que se convirtió en la fantasía de varios presentes.  El resto eran gente linda, jovial: Federico –que dijo haber participado de cerca de 30 tomas en los últimos seis años- con una novia de alcurnia que cuando empezó recitar su ascendencia de doble apellido no terminaba más; René, un psicólogo algo misterioso, y Oscar, un terapeuta de muy buen humor. También me acuerdo de un joven platense que a la mañana siguiente no se reponía de la descompostura. Igual le pasó a Banfi.

Mi trámite fue simple: a los 20 minutos comencé a sentir náuseas y me acosté descompuesto hasta la mañana siguiente. Creo que la mayor parte de los presentes tuvieron similar experiencia.

Yo me dediqué a seguir entre la vigilia y el sueño el espectáculo fantástico que brindaron el chamán y su equipo durante toda la noche: danzas, cánticos y ceremonias con ramas, humo e instrumentos musicales. Había un ambiente de irrealidad -que Banfi retrató magistralmente en un dibujo- creado por las velas, las sombras, el humo y la música.

Abriendo puertitas

Al despertar, un desayuno nos reunió para contarnos lo que vivimos. El chico platense y Banfi habían padecido una descompostura brutal toda la noche, y seguían mal. Los demás nos veíamos alegres y frescos. Pero nadie relató nada impactante de su experiencia.

No es inusual que una primera sesión con una planta sea decepcionante: su efecto depende de múltiples factores personales y ambientales. Bia Labate, una periodista y antropóloga brasileña que toma regularmente Wachuma desde hace 25 años, admite que la planta “a veces ´agarra´ bien y otras no”. Bia afirma que su principal meta al tomar San Pedro es “mantener una cierta salud física: cada sesión da una ´regulada general´, como si las espinas del cactus penetrasen en cada espacio de mi cuerpo, ajustándolo. Yo acredito que también limpia la cabeza. Consigo percibir mejor mis obsesiones amorosas, profesionales, etc. Hay ciertas puertitas en el fondo de nuestra mente que se ligan unas a otras, estableciendo conexiones, evocando memorias y pensamientos que normalmente no aparecen”.

Aquella mañana, Juan nos despedió a todos entre abrazos afectuosos, y yo llevé a Banfi, que seguía con un brutal mareo, hasta su casa de General Rodríguez. Daba pena, pobre. Creo que en su experiencia, la wachuma fue una descompostura sin gracia. Yo, en cambio, sentí que había valido la pena. No tuve revelaciones ni contacto con lo divino, pero me sentía de muy buen humor. Además, aquella mañana Banfi y yo nos hicimos amigos, y eso ya encierra un montón de magia.

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