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Mercedes y la leyenda de la nube negra

¿Una nube de energías negativas cubre esta ciudad? Mercedes carga con un estigma pesado, pero quiero creer que vamos mejorando.

En Mercedes están todos locos. Punto.

Creo que ésta es una de las pocas frases en las que un mercedino puede estar de acuerdo con otro mercedino: “En Mercedes están todos locos”.

¿Somos tan así?

Mercedes carga con un estigma pesado, a decir verdad. Pero voy a hablar de mi pueblo con amor, que se lo merece.

A 100 kilómetros de la Capital Federal, Mercedes Buenos Aires es una ciudad de campo a un paso de la gran metrópolis. Nació hace 250 años como avanzada militar contra el indio, y desde entonces conserva algo de aquel carácter castrense.[1] Aún hoy concentra una amplia jurisdicción judicial, policial e impositiva, tiene una cárcel de importancia y un instituto de formación para gendarmes, y hasta hace pocos años fue sede del Regimiento de Infantería 6. Es una ciudad con una gran presencia de instituciones del Estado, que a principios del siglo pasado compitió por ser nominada capital de la provincia. Y es sede de la arquidiócesis de Mercedes – Luján de la Iglesia Católica, cuya catedral domina la plaza principal.

Mercedes es un antiguo enclave señorial del orgulloso Estado argentino de principios de siglo pasado, bastante venida a menos, no sólo por la amputación gradual de funciones burocráticas y administrativas, sino también por la pérdida de peso poblacional y gravitación económica en la región, al menos en comparación con las vecinas Luján y Chivilcoy. En la mente de los mercedinos siempre estamos perdiendo posiciones frente a ellos: que la Brahma se fue a Chivilcoy, que el turismo se lo lleva todo Luján, y así por el estilo…

Para muchos mercedinos, el lamento es repetitivo: Mercedes no es lo que hubiera podido llegar a ser. Es una nostalgia de grandezas perdidas. “La Perla del Oeste”, como se la conocía hace un siglo, perdió el avión varias veces. Vivimos con esa historia en la cabeza. “Parecemos meados por los perros”, diría mi madre.

Visto desde Mercedes, todo va para el culo. “¿Para qué volviste”? me dice la gente cuando vuelvo.

La víspera de uno de mis viajes a México, una amiga me alentó diciéndome que una toma fotográfica de no sé que tipo, había mostrado a Mercedes envuelto en una nube negra. La imagen me quedó en la memoria: una nube de energías negativas cubre el pueblo.

¿Somos tan así?

Algo de eso hay, tal vez. Pienso en Mercedes cuando leo a un escritor esotérico que habla sobre la energía negativa de los lugares donde funcionan sistemas represivos, los sitios donde hubo ajusticiamientos o donde flotan las energías remanentes de personas que han sufrido. En Mercedes no sólo funciona la Unidad Penitenciaria 5, enclave que pone a la ciudad en las noticias del país cada vez que surge un motín, por ejemplo. También tiene su centro el Departamento Judicial de Mercedes, que abarca a una gran cantidad de partidos, y por lo tanto la ciudad está poblada por una nube de abogados y otros oficios relacionados con el litigio. Hay que gente que culpa a esta circunstancia por el clima de conflicto que parece vivir, de tanto en tanto, la ciudad.

El conflicto es notorio en la arena política. Leo los diarios de Mercedes, y desde hace meses, es noticia permanente la pulseada entre dos facciones del oficialismo kirchnerista en el gobierno. Desde las noticias, las declaraciones y los comentarios de los lectores en la web, se tiran con todo. Son en realidad, casi de la misma familia: son el partido en el gobierno, tienen todas las de ganar en las próximas elecciones de octubre, pero parecen peleados a muerte.

Nos pasa seguido, en Mercedes, de alimentar rencores duraderos por cosas menores. ¿Será que somos pocos y nos conocemos mucho? Me acuerdo de aquel dicho que dice: “Las peleas entre extraños se resuelven en un año. Las peleas de familia se acrecientan día a día”

Las peleas son cosa seria en este pueblo. Hasta hace pocos años, el festejo del Día del Estudiante solía terminar en verdaderas batallas campales entre barras de diferentes colegios. Todo un operativo entre policía y autoridades comunales recientemente logró contener esta tendencia, que sin embargo se autorreproduce a través de otros eventos. La cultura de las barras y la violencia juvenil arreciaron en el último año, y se cobraron la vida de dos jóvenes en peleas callejeras durante 2010. Ambos sucesos pusieron a Mercedes en el foco de las noticias nacionales. Mientras escribo estas líneas se difunde que habrá fecha de juicio para los implicados en el caso Duarte, un episodio por el cual siete jóvenes están acusados de haber dado muerte a golpes de un joven de otra ciudad que simplemente cometió un par de gestos imprudentes en la calle.[2]

Los últimos sucesos de violencia, de los diarios de los últimos días, señalan que un hombre de 50 años apuñaló a un joven luego de una discusión. El muchacho murió poco después, y al parecer, sus familiares lo vengaron incendiando la casa del agresor. Esto no sucedió en alejados arrabales, sino en la Mercedes céntrica. Las peleas en discusiones entre vecinos fueron muchas estos años: hace falta revisar las estadísticas.

No sé por qué, pero hay un clima de crispación, de nerviosismo, de cierta agresividad que no se sabe de dónde viene. Hace unos años el concejal radical Juan Manuel Torres describió el tránsito caótico y peligroso de la ciudad como propio de “gente con desórdenes mentales”. Yo cada vez que vuelvo noto un panorama de cierta depresión colectiva, algo encubierta, irritabilidad, fatiga crónica en mucha gente, un ánimo de “cómo voy a estar contento si vivo en esta ciudad de mierda”.

Sin embargo, yo siempre recuerdo a la ciudad como un lugar con un enorme potencial, un lugar bonito para vivir. Es sede de hermosas fiestas populares –La Fiesta Nacional del Salame Quintero y la Fiesta Nacional del Durazno, entre otras-, forma parte de una zona del mundo que no sufre el embate del crimen organizado, está llena de árboles y rodeada de campo. Tiene 60 mil habitantes, se puede caminar toda en menos de una hora, y al mismo tiempo está a una hora y poco de la gigantesca Buenos Aires. La gente se queja, pero el consumo crece año a año, en el verano casi todo el mundo se va de vacaciones y los autos 0 kilómetro pueblan las calles. La ciudad tiene un altísimo nivel de tendido de agua corriente, cloacas e infraestructura en general. Por supuesto que la miseria y las desigualdades existen, pero serían problemas menores si hubiera entusiasmo y acuerdo para ponerles fin.

Yo, desde que dejé el país, siempre extrañé la Mercedes que dejé en 1999. Mis memorias hablan de una ciudad tranquila, donde pese a que imperaba el carácter argentino, casi porteño, de la zona, se vivía apaciblemente, y las peleas no pasaban de dejar algún lesionado. Nunca más volví a encontrar esa ciudad idílica.

¿Cambió el carácter de la gente por el aluvión de antenas? ¿Todo el mundo se enloqueció cuando el corralito del 2001 empobreció el país? ¿O simplemente Mercedes acompaña el crecimiento de la violencia a nivel mundial?



[1] Entre los blasones mercedinos al respecto, cabe destacar que la ciudad fue cuna del ex presidente de facto Jorge Rafael Videla, cabeza de la dictadura militar que gobernó entre 1976 y 1983, y cuyos crímenes aún pasean por los estrados. Otro miembro prominente de ese gobierno, Orlando Ramón Agosti, nació a pocos kilómetros y se educó en escuelas mercedinas.

[2] El Nuevo Cronista relata así el suceso: “El crimen del joven de Olavarría –que murió el 12 de abril de 2010 producto de una golpiza que recibió en la madrugada del sábado 10 – conmocionó a toda la ciudad y generó preocupación por el nivel de violencia. Por avenida 29 –desde 22 y hacia la 20- circulaban  los olavarrienses José Duarte y Enzo Verna. Al llegar a la esquina, donde se encuentra una heladería, uno de ellos le pidió a una de las jóvenes que se encontraba con un grupo en el lugar,  un trago de ‘vino espumante’ a lo que la joven accedió. Uno de los menores imputados la habría increpado por esto, cuando comienzan a intercambiarse insultos entre los dos mercedinos y los olavarrienses. Pero metros más adelante, Duarte le habría arrebatado la gorra a otro menor, tras lo cual los jóvenes con los que habían discutido anteriormente fueron a enfrentarse contra Duarte y Verna y comenzaron a empujarse, insultarse y hasta existió algún golpe, en una pelea pareja hasta ese entonces. Pero un grupo de entre 7 y 10 personas que estaban comiendo en el carro de las hamburguesas ubicado sobre la vereda del Banco Nación se habría abalanzando sobre los dos foráneos. A partir de ahí todo fue un caos y los jóvenes de Olavarría recibieron varios golpes. Verna logró escapar corriendo hasta la estación de servicio ubicada en avenida 29 esquina 18. Desde allí pudo ver cómo varios participaron de la golpiza y cómo alguien –a quien aún no se pudo identificar- golpeó a su amigo tirado en el piso. Minutos después apareció una ambulancia que recogió a José Duarte, quien ya se encontraba con la salud muy comprometida. Dos días después, José Darío Duarte perdió la vida”.

 

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