La ilusión del control: cuando la incertidumbre es la regla


Lejos de angustiarnos, acostumbrarnos a vivir sin seguridades es un ejercicio liberador. Confiar en lo inesperado y trabajar para lo improbable nos evita la frustración de aferrarnos a expectativas más allá de nuestro control.

Por Claudio Fabian Guevara

El mundo actual no es para los amantes del control. Los desafíos del clima, los cambios abruptos en los escenarios económicos, el caos de las ciudades y la periódica disolución de los vínculos nos ponen de frente a la incertidumbre.

Los mensajes de las corporaciones -seguros, bancos- batallan por convencernos de que con esfuerzo, es posible controlar el timón y aislarse de las catástrofes. Pero nada es seguro ni dura eternamente. Y no es posible amurallarse contra los azares de la vida.

Lejos de angustiarnos, abandonar esas falsas concepciones puede ser una oportunidad para la liberación. Tomar conciencia de que hay un potencial invisible en todo lo que nos rodea puede ser una noticia maravillosa.

►Enfrentar la incertidumbre

Hace una década, Edgar Morin subrayó este imperativo en el capítulo V “Enfrentar las incertidumbres” de su ensayo “Los 7 saberes necesarios a la educación del futuro”.

“El fin del siglo XX ha sido propicio para comprender la incertidumbre irremediable de la historia humana. Los siglos anteriores siempre creyeron en un futuro bien fuera repetido o progresivo. El siglo XX ha descubierto la pérdida del futuro, es decir su impredecibilidad… Lejos del anuncio del “fin de la historia” que se proclamó hace unos años, la historia humana sigue siendo una aventura desconocida… Una gran conquista de la inteligencia sería poder deshacerse de la ilusión de predecir el destino”, sostiene el filósofo francés.

Lo mismo se aplica a nuestras vidas cotidianas. La ilusión del control es un fenómeno esencialmente moderno. Las civilizaciones antiguas vivían con la certeza de un tiempo cíclico, el de las estaciones y de los astros. Fue con la modernidad que se impuso la creencia en un progreso histórico lineal e indefinido. Y con ella, la idea de una vida uniforme, con una carrera laboral, una familia estable, una hipoteca y un retiro planificados.

Todo eso ha cambiado en forma fulminante en las últimas décadas. Ya no se vive toda la vida en el mismo barrio, la gente forma diferentes familias a lo largo de su vida y cambia de trabajo, en algunos casos, varias veces por año. Esta velocidad puede provocar mucha angustia, a menos que nos habituemos a pensar en la vida como un escenario que se despliega creativamente momento a momento, como una película de la que somos protagonistas y en la que nunca sabremos qué pasará en la escena siguiente.

Es un ejercicio liberador tomar conciencia de que la incertidumbre es la regla. El devenir es incierto. Lo nuevo surge en forma impredecible. Nuestra existencia cotidiana avanza, no de manera frontal como un tren sobre sus rieles, sino por desviaciones inesperadas, turbulencias o accidentes, como un arroyo de montaña. Tiene bifurcaciones, fases inmóviles, procesos rápidos. Es un enjambre de enredos y rupturas.

Estamos acostumbrados a confiar en un plan que cumplir, en resultados que podemos anticipar. Pero si hacemos una estadística personal de las sorpresas que la vida nos dio, comprobaremos que en la práctica, lo inesperado se realiza muy frecuentemente, y lo improbable se realiza más que lo probable.

Por eso, confiar en lo inesperado y trabajar para lo improbable es un ejercicio que nos libera de la frustración de aferrarnos a expectativas más allá de nuestro control.

►Ecología de la acción

El ejercicio, entonces, es aguerrirse para afrontar la incertidumbre. Aprender a navegar en el incierto fluir de los acontecimientos, desprendiéndonos de la ilusión del control.

No se trata de abandonar los propósitos, la planificación de proyectos, las ganas de intervenir en el mundo. Pero sí de tener conciencia de nuestra minúscula influencia en un mundo que brota a cada instante, autodesplegado en infinitos planos.

Edgar Morin habla de la ecología de la acción, que comienza por la comprensión de que tan pronto como emprendemos una acción, sea cual fuere, ésta empieza a escapar a nuestras intenciones. La acción entra en un universo de interacciones sociales, y el entorno le da uno u otro sentido.

Morin propone algunos principios para una ecología de la acción:

►Balancear el riesgo y la precaución: En cualquier acción que se emprenda, ambos son necesarios. Se trata de poder ligarlos a pesar de su oposición: probar una audacia extrema y al mismo tiempo no emprender nada sin una reflexión detenida.

►Visualizar fines y medios: Medios y fines interactúan los unos con los otros. A veces medios innobles al servicio de fines nobles los alteran. Y viceversa. Entonces, no es absolutamente cierto que la pureza de los medios conduzca a los fines deseados, ni tampoco que su impureza sea necesariamente nefasta.

►Contextualizar la acción: Toda acción escapa a la voluntad de su autor. La acción no sólo puede fracasar, sino también verse desviada de su sentido inicial, o tener consecuencias insospechadas. Se pueden calcular a corto plazo los efectos de una acción, pero sus efectos a largo plazo son impredecibles.


Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *