La fatiga de la compasión (I) :: ¿Somos cada vez más insensibles al dolor ajeno?


Rachel Corrie se va convirtiendo en el símbolo ante una sociedad cuya capacidad de sentir el dolor de otros está terriblemente fatigado.

Por Claudio Fabián Guevara

Siempre me impresionó la historia de Rachel Corrie. En la facultad de Sociales de Marcelo T. hay una muestra de films y documentos que evoca su memoria. Sobre la puerta de Uriburu, un cartel escrito a mano anuncia el evento. Me llamó la atención verlo, porque la muerte de Rachel no tiene mucha difusión. Es una historia fantástica para los medios: moviliza emociones, tiene tonos peliculescos, mucha acción y una víctima norteamericana de 23 años, rubia y linda. El problema es que moviliza emociones contra el bando occidental, y por lo tanto ha sido vetada de los medios masivos del mundo.

Pero Rachel Corrie está volviendo. Desde películas, poemas, canciones y obras de teatro que retratan el final trágico de una joven que se va convirtiendo en el símbolo de la indignación ante una sociedad cuya compasión, cuya capacidad de sentir el dolor de otros, está terriblemente fatigado.

“Hemos de abandonar todo”

Rachel Corrie fue una activista estadounidense que viajó a Gaza para oponerse a la demolición de casas palestinas por la ocupación militar israelí. Un día antes de morir,  escribió:

“Esto tiene que terminar. Hemos de abandonar todo lo demás y dedicar nuestras vidas a conseguir que esto se termine. No creo que haya nada más urgente. Yo quiero poder bailar, tener amigos y enamorados, y dibujar historietas para mis compañeros. Pero, antes, quiero que esto se termine”.

Fueron sus últimas palabras, las que le escribió a su madre antes de perder la vida. El 16 de marzo de 2003, Rachel se paró frente a un bulldozer modelo D9 del ejército israelí que iba a demoler la vivienda de un médico palestino. Aunque el conductor la vio decidió seguir adelante. Le pasó por encima, destrozándole la cabeza, las piernas y la columna. Rachel tenía 23 años.

La historia es tremenda de por sí. Pero hay más elementos que están convirtiendo a Rachel Corrie en un fenómeno especial, que se cobra venganza de sus verdugos con miles de canciones y homenajes colándose en miles de hogares por Internet, y que amenaza con convertirse en un clásico de la dramaturgia. Se trata del drama psicológico, de su apelación a nuestro conformismo de ciudadanos anestesiados ante el drama ajeno.

Lo que duele es la indiferencia

Rachel Corrie no era lo que puede considerarse una joven política. Más bien tenía aspiraciones de poeta. Por eso había aprendido desde pequeña a comunicarse consigo misma mediante la escritura. Y escribía incansablemente. En la obra teatral que retrata sus últimos días, el relato fluye simplemente a través de un monólogo que pone en escena la lectura de sus cartas.

Rachel viajó a los territorios palestinos como integrante del Movimiento Internacional de Solidaridad, conformado sobre todo por jóvenes británicos, estadounidenses y canadienses que, en los territorios ocupados, tratar de impedir las demoliciones yéndose a vivir a las viviendas amenazadas. Probablemente no sabía lo que se iba a encontrar.

Mario Vargas Llosa en La Nación describe el proceso de cambio de aquella jovencita idealista:

“Las cartas que Rachel escribe a padres y amigos desde Rafah, en el sur de Gaza, revelan una progresiva toma de conciencia de una joven que descubre, compartiéndola, la miseria, el desamparo, el hambre y la sed de una humanidad sin esperanza, arrinconada en viviendas precarias, amenazada de balaceras, de redadas,  de expulsión, donde la muerte inminente es la única certidumbre para niños y viejos”.

“Lo que más la aflige es la indiferencia, la inconsciencia de tantos millones de seres humanos, en el mundo entero, que no hacen nada, que ni quieren enterarse de la suerte ignominiosa de este pueblo en el que ella está ahora inmersa”.

La fatiga de la compasión

El reproche de Rachel apunta a un fenómeno que es fácil de percibir con una introspección honesta.

¿Somos cada vez más insensibles al dolor ajeno? Hay investigaciones que sugieren que la incesante comunicación en torno al sufrimiento ajeno, provoca al fin de cuentas una sordera moral, un rebalsamiento de nuestro umbral de indignación. Nos cerramos, nos amurallamos.

Richard Sennet habla de “la fatiga de la compasión” cuando nuestras simpatías por los demás terminan “exhaustas” ante realidades persistentemente dolorosas. Las víctimas de la tortura, las masas de gente devastadas por plagas o por miseria, la memoria del Holocausto, o simplemente el sufrimiento vecinal que nos rodea “provocan tantas demandas en nuestras emociones, que eventualmente paramos de sentir. Como un fuego, la compasión se extingue”.

El concepto de la fatiga de la compasión dispara preguntas morales más universales: ¿Cuánta consideración nos merecen los demás? ¿Cuál es el límite de lo que podemos entregar para paliar el sufrimiento ajeno?

La fatiga de la compasión (II) :: El grito de Rachel Corrie


2 thoughts on “La fatiga de la compasión (I) :: ¿Somos cada vez más insensibles al dolor ajeno?

  • 3 febrero, 2015 at 20:13
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    Yo sólo me quedaría con lo último del texto, pues sí que hay evidencia de que el libre albedrío o la voluntad sea una fuerza generadora y no una ilusión, porque si igualamos lo inconsciente con lo involuntario y lo consciente con lo voluntario, notamos que si somos autómatas biológicos para las situaciones rutinarias y ya aprendidas, donde el cerebro inconsciente es la causa de nuestras acciones, somos seres libres para las situaciones novedosas e inesperadas, donde es nuestra consciencia la que tiene que hacerse cargo de la situación y dejar los automatismos inconscientes, siendo la causa de nuestras acciones sopesando las diversas opciones disponibles.

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  • 3 febrero, 2015 at 20:15
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    I had a good time here but will return to google now.

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