Microondas (I) :: La duda, Firstenberg v/s OMS


Firstenberg sostiene que millones de personas en el mundo sufren debido a la polución electromagnética mientras la OMS sostiene que no hay evidencia científica convincente que las redes inalámbricas puedan tener adversos efectos sobre la salud.

Una primera exploración me llevó al artículo “Salud y Antenas Móviles – El experimento biológico más grande de la historia”, de Arthur Firstenberg, un activista contra la tecnología inalámbrica. Firstenberg sostiene que millones de personas en el mundo sufren de dolores corporales, depresión, dificultad para concentrarse y muchos otros síntomas, debido a la polución electromagnética que proviene de millones de antenas de teléfonos celulares y sistemas wi-fi sobre toda la superficie del globo. Esta influencia alcanzaría a las antenas de radio y TV.

¡Calma, calma!

Esta pespectiva me alarmó. Si Firstenberg tenía razón, mi familia y yo estábamos viviendo hacía 20 años en un verdadero “enfermedero”. Y no todos estábamos enfermos (¿o sí?). Las cosas no cuadraban.

Busqué una opinión “autorizada”: la Organización Mundial de la Salud. “Esta gente debe tener datos confiables”, presumí.

Un informe de 2006 titulado “Campos electromagnéticos y salud pública. Estaciones base y tecnologías inalámbricas” es concluyente:

“Considerando los muy bajos niveles de exposición y los resultados de la investigación colectados hasta la fecha, no hay evidencia científica convincente de que las débiles radiofrecuencias desde estaciones de base y redes inalámbricas puedan tener adversos efectos sobre la salud”.

“Ah”, me tranquilicé. “Firstenberg debe ser un paranoico o un exagerado”.

Luego me llamó la atención que el informe de la OMS considera muy “débiles” las radiofrecuencias de los celulares y sistemas inalámbricos “en comparación” con las ondas de radio y TV, que han venido funcionando durante más 50 años “sin que se haya establecido ningún efecto adverso sobre la salud”.

Me pregunté: “¿Cuál es la medida de radiofrecuencias “débiles” o “fuertes”?

Porque la potencia de emisión de FM Mercedes cuando empezó hace 25 años era de 30 watts. Hoy transmite con 500 watts, y ya no es la única radio en mi ciudad: hay otras 20, varias con mucha mayor potencia. Pensemos en el aumento de la potencia del resto de la red tecnológica.

También me pregunté: “¿Cómo saben que no hay efectos adversos?”

Firstenberg cita un estudio de 2002 (Örjan Hallberg y Olle Johansson) que estableció que en los Estados Unidos, Suecia y varios otros países, que las tasas de mortalidad por melanoma de piel y cáncer de vejiga, próstata, colon, mama y pulmones seguían estrechamente al nivel de exposición pública a ondas de radio durante los últimos 100 años. Cuando la transmisión de radio aumentó en una localidad determinada, también lo hicieron algunas formas de cáncer; cuando disminuyeron, también lo hicieron esas formas de cáncer. Y país por país, y región por región en Suecia, hallaron estadísticamente que la exposición a ondas de radio ¡parece ser un factor tan importante en causar cáncer de pulmón como fumar tabaco! (Hallberg & Johansson 2002)

El informe de la OMS habla sobre investigaciones en laboratorio durante las cuales se reprodujeron situaciones “normales” de baja exposición a fuentes de radiación.

Pero ¿qué pasa cuando hay varios campos electromagnéticos combinados y potenciados, como sucede en mi casa, como sucede cada vez más a menudo en el entramado de tecnologías de las ciudades modernas?

Otro aspecto que me llenó de curiosidad sobre el informe de la OMS: ¿Cómo hicieron las mediciones? Las pruebas sobre los efectos de las RF en animales son preocupantes. Sin embargo, éticamente no se pueden realizar pruebas sobre humanos. Y por otra parte, no veo claramente qué variable corporal podríamos medir para establecer los “efectos” de las RF sobre la salud de las personas.

Llegamos a una pregunta que tal vez retorne más de una vez en este trabajo: ¿Qué midieron los científicos?

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