Ícono del sitio Vibromancia

Babel :: El planeta del diálogo perdido

diálogo perdido

El planeta del diálogo perdido

BABEL (I). ¿Por qué es tan difícil entendernos y ya nadie escucha? La incomunicación divide y hace sufrir. David Bohm propone al diálogo como una herramienta para mejorar las relaciones. Y un método para evitar que todo termine en una gran pelea.

Claudio Fabián Guevara

Parece que vivimos en el planeta del diálogo perdido ¿Por qué es tan difícil entendernos?

En una sociedad hipercomunicada, encontramos los más grandes problemas de comunicación interpersonal en la historia. La construcción de la sociedad moderna, como una nueva Babel, corre el riesgo de derrumbarse por la proliferación de diferentes lenguajes y significados.

La incomunicación no sólo divide a diferentes generaciones: a veces, en el seno de una familia, en un lugar de trabajo o en la intimidad de una pareja, la comunicación parece imposible. Incluso las personas encargadas de las comunicaciones son a menudo incapaces de comunicarse fluidamente entre sí. Y ni qué decir de la comunicación entre gobernantes y gobernados, entre maestros y estudiantes, entre padres e hijos. Todos se siente igualmente incomprendidos, explicando inútilmente sus posturas ante un prójimo que ya no escucha.

La incomunicación nos hace daño a todos. Divide naciones, grupos étnicos, amigos y vecinos. Los clubes, los partidos políticos, las organizaciones vecinales, cualquier intento de agrupamiento termina más tarde o más temprano dividido en grupos cada vez más pequeños, en bandos irreconciliables que ya no pueden trabajar juntos ni dialogar. ¿Qué nos está sucediendo?

Tal vez nadie abordó mejor estos problemas que David Bohm, un físico norteamericano que estudió los procesos creativos y desarrolló un método holístico para el diálogo. Bohm falleció en 1992, pero su legado crece con los años.

►La comunicación no es lineal

Bohm comienza su análisis resaltando un fallo básico en la forma que pensamos la comunicación. Habitualmente olvidamos que el contenido de la emisión y el de la recepción no son los mismos. Tendemos a creer en el viejo esquema lineal, que equipara el lenguaje a un código cerrado, como el sistema binario que comunica a las computadoras entre sí.

Pero en las personas no nos comunicamos así. La comunicación no es lineal. Las palabras no transportan significados. Apenas evocan, disparan significados en la mente de quien recibe el mensaje. Es decir que, cuando leemos un texto o escuchamos una frase, creamos su sentido en nuestra mente. Lo que entendemos, muchas veces tiene más que ver con nuestra intención que con la intención del emisor.

Por eso el “mal pensado” siempre encuentra motivos para pensar mal. El neurótico siempre encuentra un doble mensaje. Por eso las interpretaciones en torno a un texto se pueden multiplicar hasta el infinito.

Es posible que antiguamente, la comunicación en pequeñas comunidades fuera más viable debido a la cercanía física, un conocimiento profundo de cada uno de sus miembros y una gran cantidad de códigos y significados que todos compartían.

Pero al cabo de cinco mil años de civilización, nuestras sociedades se han convertido en algo demasiado grande y complejo. Ya no siempre “hablamos en el mismo idioma” con nuestros semejantes. No es solo que el lenguaje aumenta en número de palabras, y se diversifica rápidamente en jergas locales y de tribus urbanas. Peor aún: las creencias, opiniones y necesidades diferentes se multiplican.

Y ahí llegamos a dos puntos clave.

Por un lado, la comunicación sólo se puede dar en torno a significados compartidos. Bohm dice que el significado compartido es aglutinante, crea vínculos entre las personas y sociedades. Pero hoy escasea dramáticamente.

Por el otro, nuestras creencias, opiniones y necesidades –que suelen encabezar todos los discursos- son siempre un obstáculo para en mutuo entendimiento, para el surgimiento del diálogo. ¿Cómo superar esta situación?

►Un juego donde todos ganan
David Bohm

David Bohm propone colocar al diálogo como una “herramienta para mejorar las relaciones sociales”. El diálogo se diferencia de la discusión, que implica personas con puntos de vista diferentes que conciben las cosas de manera distinta, compitiendo en un ida y vuelta de ideas cuyo objetivo es ganar. El diálogo es un juego en el que, al no haber un objetivo de ganar, todos salimos ganando, dice Bohm. Si se descubre un error, nos beneficiamos todos. Y no jugamos unos contra otros, sino unos con otros.

El diálogo puede servir no sólo para hacer comunes ciertas ideas, superar las diferencias y las divisiones, sino para crear algo nuevo: el pensamiento colectivo, una mente única, una conciencia participativa. No se trata de una ideología común que aplaste el individuo bajo el peso de la opinión de la mayoría, sino de una dinámica donde todas las voces tengan su espacio, un modo de inteligencia superior.

La importancia de esta idea radica en su poder de transformación social. Es evidente que lo colectivo tiene más fuerza que lo individual. Bohm lo compara con el poder del láser. En la luz ordinaria, los fotones se disparan en todas direcciones y las ondas se hallan desfasadas. Es llamada “luz incoherente”. El láser, en cambio, produce un haz de luz intenso -“coherente”- cuyas ondas se dirigen en la misma dirección, y puede hacer cosas imposibles para la luz ordinaria.

El diálogo, entonces, apunta a lograr una convergencia creativa donde las personas piensen de una manera coherente, compartan la conciencia y sean capaces de pensar en conjunto. Ese proceso podría tener un gran poder.

Bohm desarrolló un método práctico para abordar este proceso, evitando tanto el enfrentamiento general como el monopolio de las ideas por un líder o una elite. ¿Una utopía, o un camino práctico para el evitar el derrumbe de nuestra Babel contemporánea?


Próxima: BABEL (II): El arte de suspender los juicios

Salir de la versión móvil