Ley de la nueva percepción: volver a unirse con el todo


LAS LEYES DEL CAOS (VII). La última ley del caos incluye y resume todas las anteriores. Una invitación a experimentar la solidaridad con el universo desde una perspectiva que supere la mirada reduccionista de la sociedad industrial.

La séptima ley de caos es una invitación a asumir una nueva perspectiva de nuestra existencia personal. La percepción de nosotros mismos como un Yo aislado del exterior es un concepto relativamente nuevo en la historia, que se remonta a los albores de la modernidad. La teoría del caos nos sugiere redimensionarlo para vivir en armonía con el maravilloso mundo que nos rodea.

Así como todas las religiones insisten en ver el cosmos como una totalidad indivisible, la teoría del caos nos ofrece la percepción de un mundo interconectado, orgánico, de una pieza, sin costuras: el todo.

Un sentimiento religioso
La nueva percepción nos invita a ser participantes del planeta azul, antes que sus gerentes.
La nueva percepción nos invita a ser participantes del planeta azul, antes que sus gerentes.

Hay pocas imágenes que nos conmuevan tanto, sin distinción de credos o nacionalidades, como la de nuestro planeta azul visto desde el espacio. Inspira sensaciones religiosas. Nos recuerda que el universo tiene un propósito que supera la capacidad de comprensión humana. El astronauta Edgar Mitchell experimentó ante la visión de la tierra desde el espacio que “en el universo había inteligencia, amor y armonía” y describió al globo como “una vislumbre de divinidad”. El astronauta ruso Alexie Leonov reaccionó diciendo que “es nuestro hogar y debe ser defendido como una reliquia sagrada”.

Estas visiones se complementaron, en las últimas décadas, con nuevas perspectivas científicas que apuntan a recuperar la dimensión holística de nuestro mundo. El biólogo James Lovelock llegó a la conclusión de que nuestro planeta es un ser vivo, donde la vida como un todo regula la actividad, con los bosques, los ríos y los mares como sus órganos. Lovelock llamó Gaia a esta concepción, donde hasta el más simple de los microorganismos desempeñan un papel importantísimo.

Es curioso pensar que a medida que descendemos, bajo esa visión de totalidad, aparecen las fronteras, líneas de propiedad, luchas sectarias y raciales, conflictos de intereses y nuestros propios yoes competitivos… El mundo de nuestros días está aún dominado por una perspectiva mecanicista, que tiende a trazar líneas demarcatorias, separar al mundo en partes y postular la supremacía de los intereses egoístas.

No siempre fue así en la historia de nuestra especie. La perspectiva mecanicista es la antítesis de la totalidad. Paradójicamente se originó en las concepciones holistas del mundo que eran propias de la edad media.

El surgimiento del mecanicismo

Durante el periodo medieval, la Tierra era considerada un ser vivo, y los humanos, meros asistentes de la naturaleza. Las tareas cotidianas tenían un carácter sagrado, el ritmo de la vida estaba vinculado con los movimientos de los astros y el destino de las gentes sobre la tierra estaban unificados con los movimientos de las estrellas: “Como arriba, abajo”.

Este “holismo medieval” prevaleció en Europa, hasta que hace 800 años comenzó el proceso a través del cual la naturaleza fue objetiva y exteriorizada. Se comenzó a considerar a los hombres como individuos con sus propios deseos y aspiraciones. Surgió la noción de “conciencia” individual. Con el Renacimiento, el hombre se convirtió en la medida de todas las cosas. La naturaleza se convirtió en un gran reloj que la ciencia podía montar y desmontar. La predicción y el control se tornaron el credo central de la nueva sociedad científica.

La ciencia aceleró la mecanización de la sociedad, profundizando la percepción de un universo mecánico. Al cabo de 800 años, esta revolución permitió desarrollar una vasta de red de transportes y comunicaciones, crear nuevas sustancias y controlar potentes fuentes de energía.

Pero al mismo tiempo comenzó a vislumbrarse el lado oscuro de este camino.

La tendencia actual sugiere que estamos experimentado una “crisis de percepción”, un giro mental, una reorganización radical en la manera en que concebimos el mundo. La actual contemplación analítica de la realidad es “inadecuada para tratar con nuestro mundo superpoblado e interconectado”, dice físico Fritjof Capra.

La ciencia y la tecnología nos han deparado innumerables beneficios, pero la inmersión en su mundo reduccionista nos ha hecho perder nuestra empatía instintiva con el mundo natural. Hemos cosificado al mundo, y tendemos a comportarnos nosotros mismos como objetos manipulables. Como dijo Henry Thoreau: “Los hombres se han convertido en herramientas de sus herramientas”.

Cada vez es más difícil saber si nuestro “progreso” nos conduce a una mejora en la calidad de vida. Hemos conseguido una superabundancia de consumo y producción para millones de personas, pero la angustia, la soledad, y los sentimientos de depresión son masivos.

Volver a unirse con el todo

Pese a siglos de individualización forzosa, bajo nuestros sentimientos de aislamiento, sobrevive un sentimiento de pertenencia y de interconexión con el mundo. Una prueba es la “culpa” que se percibe en los supervivientes de un desastre. A aquellos que quedan vivos les queda un remordimiento angustioso por no haber sido ellos los muertos. La “culpa por la supervivencia” sugiere que en los fundamentos de nuestra psique reside un sentimiento de solidaridad con toda la especie humana.

La séptima ley del caos nos invita a experimentar la solidaridad con el universo. Esto tiene que ver con liberarnos del hábito crónico de pensarnos como meros fragmentos inconexos. Con dejar de poner énfasis en el yo aislado y pensar que sólo podemos conocer individualmente, para considerar que podemos pensar de manera conjunta.

Tiene que ver con la necesidad de cambiar nuestra perspectiva de lucha heroica e individual, y cambiarla por una de colaboración y co-desarrollo. Con dejar de ver la naturaleza como algo aislado y externo y darnos cuenta que somos parte esencial de ella.

Tiene que ver con darse cuenta de que el observador siempre es parte de lo que observa. Con abandonar la obsesión con el control y la predicción, y sustituirla por una empatía y sensibilidad hacia el cambio y lo emergente.

La nueva percepción nos invita a no rechazar la comprensión renacentista de nosotros mismos como individuos, ni sus avances científicos y tecnológicos. Pero sí asumir esos significados como metáforas y fractales de la totalidad.

La séptima ley del caos, que incluye y resume todas las anteriores, tiene que ver con una nueva compresión del tiempo y nuestro camino a través de él. Y tiene que ver, por supuesto, con la utilización de la influencia sutil para convertirnos en participantes del planeta azul, antes que en sus gerentes.


 

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