Charlas de sauna :: Emociones a 80 grados


¿Qué hace que la gente se vuelva tan comunicativa durante un baño sauna? Historias reales e imaginarias.

Una vez entré a un sauna de Londres, y hallé a una espectacular joven de color sentada en la fila superior. Era un sauna mixto, de ésos donde se entra en traje de baño. La mulata, en un momento, se quitó el bretel y comenzó a masajearse los senos con energía e inquietante sensualidad. Yo desvié la mirada, nervioso, para evitar parecer un provinciano alarmado. “Tal vez en Inglaterra esto sea perfectamente normal”, me culpé por mi sorpresa. Pero ella insistió en llamar mi atención y me dijo: “Disculpe si lo molesto, pero es que disfruto tocándome a mí misma”.

Lo que siguió fue un extrañísimo diálogo entre dos extraños, de ésos que solo se pueden mantener en la intimidad de un sauna.

Charlando a 80 grados

¿Qué hace que la gente se vuelva tan comunicativa durante un baño sauna?

Si nunca fue a uno, le cuento: es un pequeño cuartito, usualmente forrado en madera, con varios escalones para sentarse, donde hace mucho calor. Se entra en periodos cortos de 15 minutos o menos, para transpirar, relajarse y eliminar toxinas. Luego de cada inmersión, es conveniente darse una ducha fría para activar la circulación. Es usual combinar estas rondas de frío – calor con intermedios en hidromasajes y en reposeras.

En este circuito los bañistas suelen pasar horas. Si es un sauna donde los días de acceso están separados por sexos, los bañistas ingresan desnudos, acompañados solo de una toalla para enjugar la transpiración.

En ese ambiente, el pasatiempo favorito de la gente es conversar. No hay pantallas de TV, ni se puede ingresar con revistas o libros, así que el intercambio de opiniones o historias suele ser la única forma de distraer la mente.

Esas charlas a 80 grados pueden ser muy intensas. Están limitadas por el breve tiempo que los bañistas aguantan el calor, y los temas deben ser breves y precisos, adecuados a la fugaz estancia de los interlocutores. No sirve narrar una larga historia, aunque sea atrapante, ya que cuando se llega al límite de resistencia a la temperatura, los bañistas salen impetuosamente del lugar.

Bienvenidos a la tribu

En Mercedes el sauna divide sus días según los sexos. Para los hombres es un lugar de reunión social. Los habitués suelen llevar años, y conforman una verdadera tribu con sus rituales sagrados y sus temas de culto. Las cargadas y los chismes tienen una importancia primordial, y si el grupo está inspirado, también se echan a rodar embustes de película para los más ingenuos:


– ¿Viste? Fulanito está pelado porque estuvo guardado unos meses en la Unidad 5…

¿De qué se habla en el sauna mercedino? En primer lugar, de los mercedinos. Si no se identifica a los protagonistas del relato por su nombre, se agregan datos infalibles:

– Menganito, el que tiene un Duna blanco. ¡El hijo del carnicero de la 24!

Como toda tribu, tiene sus jefes y sacerdotes, aquellos con autoridad a los que todos tratan con respeto. También están los que organizan actividades extras –asados y viajes- y los que animan la reunión con chistes, risotadas o “metiendo la púa” para encender un duelo verbal entre dos incautos.

La asistencia no es pareja. Según los números, los estados emocionales emergentes pueden ser muy diferentes. A veces somos una verdadera bandada de pajarracos en cuclillas, parloteando todos al mismo tiempo. Otras, solo un par de solitarios que llegamos a contarnos cosas del corazón, súbitamente hermanados por esa circunstancia común de filosofar en pelotas sobre una tarima.

Pienso que voy al sauna solamente para conversar, para encontrarme con la cofradía, y que poco importa eliminar toxinas. Me siento a gusto en ese pelotón de varias edades y profesiones, en ese club de hombres que durante un par de horas se dedican a jugar y a divertirse como chiquilines en un potrero.

Aunque a veces, claro, me acuerdo de la negra de Londres. Me la imagino ahí, sentada entre los pajarracos, en un sauna extrañamente mixto para nuestras costumbres. Y me divierto pensando qué diferente serían las conversaciones y las actitudes. Me imagino los carraspeos, la careteada, la formalidad que de repente ganaría a todos. Y las caras rojas, y los desmayos en masa, si el bretel cae y empieza la sesión de masajes.

Suerte que nunca sucederá. Porque en Mercedes las historias corren rápido, y la mitad de mis amigos, por expresa prohibición de sus mujeres, jamás volvería a aparecer por el lugar.


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